Por Hassan Achahbar
Las autoridades españolas incitan de mil formas al separatismo saharaui. Es harto conocido su juego sucio y Marruecos ya no aguanta las medievales intrigas de sus irrespetuosos “vecinos de enfrente”. Marruecos no puede seguir eternamente rehén de los intereses espurios de las mafias asociativas ibéricas o como se las quiera llamar.
Los políticos cazas recompensas, desde lo alto hasta la base de la pirámide, llevan casi medio siglo chantajeando, extorsionando y usufructuando los dividendos que les deja el conflicto del “Sahara Occidental”. Ya es momento y hora de decirles basta. Y si se niegan, si la relación no mejora, palo a toda hora.
En eso, no puede haber vuelta al pasado y la diplomacia marroquí tiene que pararse bien firme. No hay trato con los abusadores si siguen interfiriendo con esa basura sideral llamada asociaciones de “solidaridad”, creadas y financiadas por los servicios de inteligencia antes de convertirse en monstruosa maquinaria para fabricar pesetas y euros.
A estas alturas del juego, lo primero que reclamar al gobierno español y a todas las comunidades autónomas, que tienen intereses en Marruecos, es el cese inmediato del irritante hostigamiento asociativo, fomentado y alentando desde las oficinas públicas, alcaldías, grupos de interés varios y hasta por la alta jerarquía eclesiástica.
Sirve como ejemplo y precedente el caso Ghali. Marruecos está en su derecho de exigir respeto a su soberanía. España no puede dejar que las bandas separatistas hagan la ley en su territorio a cuesta del país vecino. Es inconcebible que se permita tanta libertad para tan elevado número de “delegados y subdelegados” del Polisario.
¿Por qué no se ejerce ningún control, por ejemplo, sobre la destinación de los fondos recaudados por las asociaciones de apoyo y sobre la invariable intromisión de los agentes de reclutamiento? ¿Con qué criterio se da tanta facilidad a connacionales españoles de origen saharaui para desarrollar en España infinitas actividades hostiles a Marruecos, moviéndose como lo harían los diplomáticos extranjeros acreditados?
Madrid posee la llave de la solución. No es secreto para nadie que España le está haciendo la guerra a Marruecos por medio de su cuerpo asociativo y gracias a las millonarias donaciones, todo disfrazado en “ayuda humanitaria”, que entregan a las huestes polisaristas para desarrollar sus campanas por el mundo.
El periodista almeriense, Ilya U. Topper, dio justo en el clavo al preguntarse acerca del motivo de la “presencia pública nula en prensa y manifestaciones” de las “asociaciones españolas defensoras de la causa”, en ocasión de la reciente gira por la región del enviado especial de Naciones Unidas, Staffan de Mixtura.
Durante una semana, los prebendarios de izquierda, también los de derecha, se quedaron mudos, todos disciplinados y bien mansos como corderos en el corral. ¿Será porque se apagó la llama de la solidaridad o que alguna fuerza mayor les sugirió permanecer quietos para evitar más problemas en las ya tensas relaciones con Marruecos?
Lo cierto es que el autor del artículo, publicado el 16 de enero, no tiene pelos en la lengua a la hora de calificar al nocivo engendro llamado Polisario, que la trasnochada izquierda peninsular mima y defiende con carne y uñas, pese a ser de lo más bestia y reaccionario.
“Basta con ir un par de veces a Tinduf para darse cuenta de que el Frente Polisario es a la vez milicia, partido único, gobierno autócrata y pirámide tribal en los campamentos de refugiados y la pequeña parte del territorio saharaui que domina”, escribe Topper en su artículo de opinión, bajo el título: “Revisitando el Sáhara o la incoherencia retroactiva de la izquierda española”.
El autor registra, sin entender la razón del repentino silencio, que “ya no vemos a estrellas del cine encabezar caravanas humanitarias y festivales solidarios en el desierto, ni portadas de periódicos de izquierdas acusando al Gobierno socialista de traicionar la causa del Sáhara y abandonar un noble pueblo del desierto”.
“Ahora caen las máscaras, diría uno, y la realpolitik alza su fea pero muy real cabeza. Y los ideales de la izquierda española la esconden bajo el ala. A la prensa asociada a Izquierda Unida y Podemos no le interesa poner en la picota la incoherencia de los partidos que siempre han defendido. La palabra incoherencia debe entenderse con sentido retroactivo: incoherente era buscar votos prometiendo algo que cualquier estudiante de relaciones internaciones sabe que es imposible”, apunta.
Ojalá sea ése, un cambio de actitud real y sincero, dictado “por conciencia política”, como quiere pensar el periodista Topper, no una mera estrategia. Los españoles son, qué duda cabe, el verdadero problema para el arreglo del conflicto del Sahara, no la alcahuetería argelina.